Escritura y sexualidad en Marguerite Duras

Por Beatriz Marcer

“Vivir luego escribir” decía nuestro escritor Abelardo Arias haciendo referencia a tomar de la vida la experiencia y el material para la obra. Marguerite Duras lo hizo así. Decía: “No he escrito una sola línea que no haya experimentado, siempre hablo de mi misma, lo que he comprendido por mi misma”. Utilizaba los términos “desgracia maravillosa” para referirse a esa tortura, esa solicitación que no deja ningún respiro, ese despojo que queda abandonado y perdido cuando se termina un libro.

Tomaré como referencia al libro Las conversadoras, conjunto de entrevistas realizadas por Xaviere Gaulthier a Marguerite Duras, editado por Ediciones Lateral.

En uno de estos encuentros Marguerite dice: “Es muy duro escribir como yo escribo. Literalmente me hago polvo”. Ella ha llegado a escribir sobre la sexualidad, su sexualidad; sobre la muerte, su muerte, exprimiendo de tal modo lo imaginario que resta la letra en su vertiente más real.

Así la atmósfera de sus libros produce malestar y dolor.


“No es sin miedo” - nos dice - que entra en ese estado de escribir cuando la invaden voces e imágenes que intenta capturar de manera de transcripción literal sin organizarlo.

De eso que no cesa de no escribirse, ella se hace instrumento para intentar darle escritura. ¿Cómo hacerlo?

Dice en Emily L.: “Arrojar esa escritura fuera, maltratarla sin suprimir y, como decía, nada de su masa inútil, no formalizar nada, ni velocidad ni lentitud, dejar todo en estado de “aparición”.

Cómo sentir miedo si, en Escribir nos dice: “La escritura se vuelve salvaje. Se alcanza un salvajismo ante la vida y se la reconoce siempre, el de los bosques, el salvajismo ancestral como el tiempo; el del miedo a todo indistinto e inseparable de la vida misma.


Se combate con saña, no se puede escribir sin la fuerza del cuerpo, hace falta ser fuerte para escribir, hay que ser más fuerte que lo que se escribe. Es una cosa extraña sino solamente la escritura…; lo escrito son los gritos de las bestias de la noche, los de los hijos y los míos, los de los perros, es una vulgaridad masiva y exasperante de la sociedad. El dolor es Cristo y también Moisés y todos los judíos y todos los niños.”

Esta escritura que se alimenta de lo real, de todos los dolores, de todos los gritos, de todas las voces y de todas las exclusiones sociales, aparece recién en la Duras en 1955.

Me propongo analizar el momento en que vira hacia su madurez.


Su primer libro publicado fue La impudicia, en 1943, en plena ocupación nazi. Siguen Un dique sobre el Pacifico, Los caballitos de Tarquinia, Un marino de Gibraltar.

Si bien todos abrevan en su historia personal, estaban escritos de una manera clásica, y, como decía ella, adolecían de un cierto psicologismo. Se proponía además que fueran coherentes y armoniosos.

En el mencionado libro Las conversadoras, Marguerite se pregunta: ¿Qué paso? Y dice: “fue a partir de Moderato cantabile que todo cambió. Durante mucho tiempo yo estaba integrada en la sociedad, cenaba con gente. Todo formaba parte de lo mismo y hacía esos libros. Luego tuve una historia de amor, corrige, una experiencia erótica muy, muy, muy violenta y atravesé, cómo decirlo, una crisis suicida. Es decir, que esa mujer que quiere ser asesinada, lo he vivido. A partir de ahí los libros cambiaron. Ahí se produjo el pasaje hacia la sinceridad. Como en Moderato cantabile, la personalidad del hombre con quien vivía no importaba.


Era una historia sexual. Creí que no iba a poder salir de ella. Era muy extraño. Esto solo lo he contado por afuera, en Moderato cantabile. Nunca profundicé al respecto. Sin embargo, la facilidad se desmanteló. ¿Por qué? He vivido momentos peligrosos, pero no lo creía conscientemente. Mientras que yo sabía lo que quería: que me mates o mátame. Este tema de ahí en mas retorna constantemente.”-

Analicemos pues Moderato cantabile, único lugar donde narró el episodio que barrió su vida anterior:

Anne Desbaresdes es la mujer de un hombre rico e importante en la ciudad que habita. Anne ha tocado fondo. Tiene un hijo del cual dice: parece que me lo he inventado con él que pasea por la ciudad, o lo lleva a clase de música, donde debe interpretar una sonatina al modo de Moderato cantabile, como una canción de cuna.


Anne es despertada de su vida alienada cuando escucha un grito desgarrador, el grito final de la mujer asesinada por su amante en un café cercano a la clase. Observa la escena del asesino besando apasionadamente la boca ensangrentada de la muerta. Esa escena de amor en torno a esa mujer la captura. Entra al café, pide un vaso de vino, que pasara de ser una excusa a ser una costumbre buscada por si misma. Se emborracha. Conoce a un hombre y empieza a tejerse un extraño nudo que implica a la muerta, a su asesino, al hombre del café y a Anne.

El hombre es el relator, el que “sabe”, lugar de la escritura, el que inventa, recrea la historia de la otra pareja, pero que va implicándolos a ellos. Ahí se despliega el estilo Duras con puntos suspensivos. Luciendo un saber a medias, lo incompleto se muestra en frases al modo: “Usted, cree que es posible llegar…a eso…de no ser…por desesperación.” “Eso” condensa mucho más de lo que se puede decir.


La historia del hombre del café capta el deseo de Anne de vivir la tragedia de la otra mujer. Así, Anne gime con un lamento cuando él le habla del tiro al corazón que la mujer pedía. Los amantes se habían ido a vivir juntos, ella era casada y no pensaron que fuera a durar tan poco.

-¿Cómo se instaló el silencio en ellos?- pregunta Anne, introduciéndose en la otra historia, pero mencionando la suya de casada.

“–Fue de a poco- le dice el hombre, de pronto se encontraron en una pieza como dos fieras acorraladas”.

-¿Cómo nació el deseo de él? -pregunta Anne ambiguamente, pero refiriéndose al deseo de matarla.

El hombre dice: “Tal vez hubiesen llegado a ello sin que ella lo pidiese. Tal vez fue una sola vez, ¿cómo saberlo? Pero sin duda llegaron juntos allí donde estaban hace tres días, a no saber en absoluto lo que hacían.”


Se siente la violencia desencadenada entre ellos y el enloquecimiento sin salida. En otro encuentro, narra la historia muy, muy, muy violenta a la que se refería.

Llegaron a eso muy rápidamente, él se veía obligado a rechazarla lejos de él. Ella se iba, aunque quería quedarse. Ella dormía bajo los árboles; cuando él la llamaba, ella volvía, esperaba en el umbral a que él la dejara entrar. Se va armando la escena.

Nos va haciendo partícipes de esa degradación, de su lugar de perra en la relación. Fracaso y humillación, violencia y desconcierto por su necesidad de permanecer, por lo insensato de su deseo que va produciendo lo que llama su desgarro en profundidad.

El texto dice: “Así supo ella que era una zorra”.

Entonces llega el momento en que ya no podía tocarla de otro modo. Anne se implica tocando su propio escote. El nudo tejido terminará en una nueva muerte que se realiza simbólicamente.


La pareja se toma las manos en un rito mortuorio. Anne hace que se besen. Pese a confesar su temor, el hombre del café termina por decirlo:”quisiera que estuviera muerta”. Anne dice: “esta hecho”. Se levanta y se va.

A partir de esa realización, en la escritura de eso que vivió caóticamente su deseo de muerte separa su vida.

Un nuevo tiempo comienza para su obra, donde el deseo de morir y el deseo de matar retorna. Sus personajes, como los héroes trágicos, circulan entre dos muertes, la simbólica y la real, tal como nos habla Lacan en el Seminario de La ética.

Esta partición se ha producido, en parte, por la caída de dos ilusiones. La caída de su potencia femenina al fracasar reiteradamente en relación a los hombres (a diferencia de su personaje Anne Marie Stretter, pura potencia sexual y atracción). Hacia un año terminaba su unión con Marcolo, con quien ha estado quince años y ha tenido un hijo. Después, ha vivido la relación que trata en Moderato cantabile. Dirá: “de los hombres no quiero saber más, solo me trato con mujeres y homosexuales”.


Su otra desilusión es la política. Escribir toma, en esta nueva etapa, todo su tiempo y toda su pasión. Pero escribe desde el dolor y desde una perspectiva muy particular. Marguerite Duras le dice a Xaviere Gauthier: “Cuando se empiezan a ver las cosas desde esa manera, es aterrador.

Es como si alguien siguiera subiendo por una escalera que ya terminó, y está en una zona que despegó de la realidad. Todos esos personajes que se ven en televisión, ministros, la gente de los bares, todos muertos. ¿Cómo se llama ver las cosas así? ¿Se está enfermo de mal de muerte?”


Esto último dio pie al nombre que eligió para una preciosa novela erótica.

El personaje no puede amar, solo puede pensar en dar la muerte a la mujer que lo acompaña, lo tienta destruirla. Solo puede amarla cuando ella lo abandona, con un amor, el único posible para él, que había nacido muerto.


Marguerite Duras continúa escribiendo sobre destruir-destruirse, soportando así ese mal. “Cuando escribo no muero -dice-, pero alguien muere.”

Su escritura la aterra, y produce en el lector un peculiar malestar, según le confiesa a Xavier Gaulthier.

Los libros se van enlazando unos con otros, retomando los personajes del Arrebato de Lol V. Stein. Así escribe, y a veces filma El vicecónsul, El amor, La mujer del Ganges, Indian Song.

En cada libro, los encontramos más próximos a la muerte real, pero en algún sentido ya muertos. Todos han sido sacados de la sociedad, y permanecen en ella aislados en su ira o en su dolor.

Anne Marie Stretter, la mujer del baile de S. Thala, es para ella una suerte de fantasma primordial que encarna lo femenino, el poder de lo femenino de capturar y enamorar.

Pero también, por su apertura femenina, la posibilidad de ser atravesado por el dolor y el sufrimiento de esa India que habita. El vicecónsul, su equivalente en cuanto a la inteligencia que lo rodea, es la ira, el estallido, el grito produciendo escándalo frente a la sociedad.

Ha cometido un acto revulsivo tirando a matar sobre perros y leprosos. Así, el vicecónsul es el más vivo porque tiene la capacidad de negarse a través de su acto, se enamora locamente Anne Marie Stretter, pero con un amor nacido muerto.


Los personajes se van trocando por despojos y se mueven en escenarios naturales: el mar, la arena, la selva, los arrozales del Ganges, hoteles vacíos, casas vacías. De esta elección, dice: “es lo que va a quedar después… Son los restos de un mundo en ruinas.” Son los restos de una desesperación en un mundo en que cuesta comprometerse en algo porque nada cambiará en el contexto de un discurso político que se repite. Esa falta de compromiso con una sociedad injusta la llena de dolor e ira. Recordemos que ella ha sido militante de la Resistencia y miembro del Partido Comunista del que fue expulsada.


El genio de la Duras consiste en hacer de esos restos algo bello. Eleva así a la dignidad de la cosa. La escritura es su nueva pasión a partir de Moderato cantabile, la que reemplaza su pasión por los hombres y por la política (dando cuenta de vida monástica y aislada que lleva a partir de ese momento).

Sus creaciones literarias y films permiten que se cree así un sentido a pesar de ella misma, y un amor sin ella notarlo, que la impulsan a continuar infatigable por los caminos de la vida.

En: El Sigma